Quien pretenda dedicarse a la poesía, primero debe buscarse otro oficio para sobrevivir. Jaime Sabines atendía su propia tienda de telas en Tuxtla Gutiérrez. Elías Nandino era médico. Otros grandes escritores han recurrido a la burocracia, el magisterio, el periodismo o la edición de libros, actividades que también ejerció Margarita Villaseñor antes de que arrecieran tiempos difíciles y tuviera que vender entre sus amistades tamales para el Día de la Candelaria y bacalao en la Navidad. Y gran parte de los cheques que cobró a lo largo de su vida provinieron de una industria completamente alejada de lo poético: la televisión.

En 1986, durante una de las sesiones de trabajo, este trío de intelectuales se quebraba la cabeza tratando de justificar la truculenta trama. Había que desaparecer a una metiche secretaria para evitar que cayera en las garras de Catalina Creel, y el único modo de mantenerla viva era dotándola de una doble personalidad. Gracias a una peluca, lentes oscuros y la ingenuidad del público, la entrometida se haría pasar por una misteriosa mujer, supuestamente francesa, a la cual sólo había que ponerle un buen nombre para que los demás personajes le creyeran que venía de París. Margarita sugirió bautizarla igual que a la primera esposa de Salvador Elizondo: Michelle Alban.
Meses después, cuando salió al aire el episodio, la verdadera Michelle Alban llamó indignada a casa de Margarita Villaseñor.
-¡Qué bárbaros, Margarita! ¿No le pudieron poner otro nombrecito? Por su culpa el teléfono no ha parado de sonar. Ya me llamaron para burlarse Monsiváis, Gabo, Juan García Ponce, Marco Antonio Montes de Oca…
Era cierto. Además de las injustamente vilipendiadas señoras del aseo, gran parte de la intellectualité del país también estaba al pendiente del culebrón. Margarita Villaseñor no perseguía la literatura; la literatura la perseguía a ella. Fue una guionista reconocida y admirada, pero siempre ajena al medio, uno de esos raros casos en la historia de la televisión mexicana donde la creatividad y la inteligencia no estuvieron reñidas con el rating. Aparte de los mencionados Olmos y Serna, y de los libretos escritos por Eduardo Lizalde, Vicente Leñero y Luis Reyes de la Maza, Margarita fue acaso la única autora de relevancia que ha incursionado en el bizarro mundo de las telenovelas.
-¡Qué bárbaros, Margarita! ¿No le pudieron poner otro nombrecito? Por su culpa el teléfono no ha parado de sonar. Ya me llamaron para burlarse Monsiváis, Gabo, Juan García Ponce, Marco Antonio Montes de Oca…
Era cierto. Además de las injustamente vilipendiadas señoras del aseo, gran parte de la intellectualité del país también estaba al pendiente del culebrón. Margarita Villaseñor no perseguía la literatura; la literatura la perseguía a ella. Fue una guionista reconocida y admirada, pero siempre ajena al medio, uno de esos raros casos en la historia de la televisión mexicana donde la creatividad y la inteligencia no estuvieron reñidas con el rating. Aparte de los mencionados Olmos y Serna, y de los libretos escritos por Eduardo Lizalde, Vicente Leñero y Luis Reyes de la Maza, Margarita fue acaso la única autora de relevancia que ha incursionado en el bizarro mundo de las telenovelas.

Es cierto que con su muerte México ha perdido a una poeta excepcional, y algunos de nosotros a una amiga entrañable, pero también deberíamos lamentar la ausencia de una de las pocas personas que tenían la capacidad de aportarle un poco de poesía a la televisión. Una razón de más para apagarla ya definitivamente, habiendo, como en los libros de ella, tantas y tantas buenas páginas por leer.
Texto leído en el homenaje a Margarita Villaseñor en la Universidad Autónoma Metropolitana. Noviembre, 2011.