Saturday, March 01, 2008

El teatro literario de Carlos Olmos.

Hace algunos años, durante una temporada que pasé fuera de México, Carlos Olmos me hizo venir ex profeso para enseñarme su última obra, “Después del Terremoto”. Fue inútil pedirle que enviara una copia por correo: yo no debía leer el texto sino escucharlo, aplaudir después de la función… aunque él fuera el único actor.

Olmos creía que su trabajo no estaba en lo que escribía sino en el escenario. Había publicado todas sus obras anteriores y aunque sabía que algunas de esas ediciones estaban apolillándose en bodegas, la falta de lectores no le quitaba el sueño. Como todo autor dramático, sus libros concluyen con un ‘Telón’. A diferencia de Usigli, él no pensaba en la posteridad; quería ver las puestas en escena. Rara vez mencionaba “Las ruinas de Babilonia”, la única obra que jamás logró estrenar, aunque sí consiguió publicarla. La explicación está en uno de los introitos que mandaba incluir en los programas de mano: “El teatro –-apuntó-- no se cumple si no existe ese público para el cual uno escribe”.

El drama tardó mucho tiempo en ser adoptado por la literatura. Para entender la disociación, hay que tomar en cuenta que parten de distintos orígenes. La primera, hija de la liturgia, era en un principio lectura exclusiva de eruditos o personas relacionadas con el género; la lírica, por el contrario, fue ampliamente difundida desde Homero hasta nuestros días. Los helenos memorizaron “La Iliada” durante siglos hasta que los versos que hoy conocemos fueron transcritos definitivamente; en cambio, de Sófocles sobreviven apenas siete de sus noventa y un tragedias y más de setenta obras de Eurípides se perdieron. Cuando la tragedia griega decayó, a nadie le importó conservar los textos. Sin representación, los manuscritos carecían de valor.

Tuvieron que pasar dos milenios para que las obras de un autor dramático circularan públicamente. El primer bestseller del teatro fue Lope de Vega, quien recopiló su teatro en 25 tomos que se vendían en España como pan caliente. Casi al mismo tiempo, Corneille adquiría en el país vecino el rango de poeta, al ser admitido en la recién creada Academia Francesa. El prestigio de aquellos dramaturgos facilitó el reconocimiento literario que gozaron sus sucesores: Racine, Goethe, Schiller e incluso Shakespeare, quien era prácticamente desconocido hasta mediados del siglo XVIII. Aunque ciertos intelectuales parecen olvidar que quizá el más grande de los escritores nunca escribió una novela ni se le recuerda por sus poemas, hoy nadie duda que el teatro escrito también sea parte de la literatura.

La publicación del ‘Teatro Completo de Carlos Olmos’ es una forma de reconocer la dramaturgia como un elemento esencial de nuestras letras. En un país donde rara vez se reponen los clásicos nacionales, la edición de un tomo como éste es digna de celebración. Agradezco a Angelina Cué, Consuelo Sáizar, Joaquín Díez-Canedo y Geney Beltrán, el esfuerzo que hicieron por devolverle al teatro mexicano lo que los productores privados y oficiales se empeñan en negarle: vigencia. Mientras en México no exista la voluntad de montar con frecuencia el repertorio de los dramaturgos más representativos del país, desde Sor Juana hasta Carlos Olmos, será necesario difundir la literatura dramática de manera impresa. Si al nuevo público le niegan la oportunidad de ver en escena las obras más importantes del teatro mexicano, al menos podrán disfrutar leyéndolas.

Por esta razón, Enrique Serna y yo creímos conveniente que el prólogo de este volumen no fuera un ensayo que analizara el legado de Carlos Olmos desde una perspectiva estrictamente literaria, e intentamos introducir de algún modo el proceso del montaje. El libro cumplía como literatura, pero le hacía falta una visión de escena. Cuando el Fondo de Cultura Económica nos encomendó la edición, decidimos entrevistar a los directores que llevaron a la práctica lo que cada lector irá imaginando al dar la vuelta a las páginas que conforman este volumen. Quien lee teatro se convierte en un virtual director de escena: pone rostro a los personajes, construye la escenografía en su cabeza y da voz a esos seres mágicos que habitan dentro de las obras. En este sentido, la lectura puede ser tan gratificante como la de una novela. Algo es seguro: no se aburrirán. Olmos siempre supo entretener a su público, tanto en el drama como en el melodrama, pues como muchos están enterados, también de su pluma nació “Cuna de lobos”, la telenovela más exitosa de la historia, y “Aventurera”, el espectáculo que más boletos ha vendido en este país.

Carlos Olmos le cumple a la literatura con este libro; ahora esperemos que a partir de esta edición surjan nuevos creadores escénicos que ayuden a este gran escritor chiapaneco a cumplirle al teatro.

Texto leído en la presentación del tomo "Teatro Completo de Carlos Olmos", en el Palacio de Minería.

3 comments:

LA BASURA said...

que no Carlos Olmos es telenovelero???

te cae que lo comparas con Usigli?

chaaaleeee

Anonymous said...

la sinrazón es, a veces, parte de la comedia que nos instiga a mediar. La inmediatez es innata, sobrevalorada y acústicamente inapropiada. Es por eso que clamamos, a todo viento, que jamás debe juntarse la proa con la popa. Los ajustes incoloros nunca deteriorarán la similutud de nuestras almas.

Gemelas seamos, pues.

Anonymous said...

me gusto mucho tu página se mehace diferente a muchas otras la verdadad te pone a pensar ...yo tambien tengo un blog habla de muchas cosas interesante checalo ! a ver si te late www.elblogprodigymsn.spaces.live.com cuidate! pao