Debido a mi proclividad a la verborrea literaria, no pude ajustarme al espacio de la revista Escala, que publica Aeroméxico. He aquí el texto original, antes de que lo editara. Para aquellos que prefieren Mexicana o quienes no viajaron durante el mes que este cuento convivió junto a miles de bolsas de vómito, ahora pueden leerlo, imaginando que vuelan.
Palabras Sordas
Palabras Sordas
Soy mudo. Por eso escribo. Porque no puedo oír lo que leo. A usted, querido lector, tal vez le parezca sencillo ponerse a declamar este texto; yo, en cambio, tuve que inventar un lenguaje inmune a mis dislalias y tartamudeos.
Fui un niño precoz. Di mis primeros pasos antes de cumplir un año. Podía redactar un poema a los dos. Y resolví ecuaciones de física nuclear cuando aún no iba en la escuela. Mas nunca logré hablarle a las cosas. Llamarlas por su nombre: estuario, cigala, alhelí. Las vocales salían por la garganta libremente hasta ahogarse en el eco fugitivo de una pesada consonante, rehén de mis dientes. Mi abuela, quien sabía todo de enfermedades, dio el diagnóstico certero: padezco retraso vocal.
Papá y mamá, inocentes de mis tropiezos orales, contrataron fonólogos y logopedas con la esperanza de escucharme algún día contando chismes o una pequeña calumnia. Fracasaron. Mi mutismo venció a los expertos. Luego alguien aconsejó comprar un loro ecuatoriano: repiten lo que uno quiere oír, les de pereza volar y viven tanto como un hijo. Al poco tiempo el ave ocupó mi lugar.
Huí de mi casa y viajé por el mundo. Solo y callado. Pero como traía la oreja bien puesta, pronto me hice de un oficio. Domino treinta y tres lenguas, aunque no las hable. Soy un mudo políglota. Estudié etimología leyendo periódicos y dicción en las canciones de amor. No cabe duda que el encanto por las mentiras épicas es universal. Por ejemplo Dios, la excepción de Babel, prefiere que le rueguen con el mismo murmullo: Dor, Dio, Dai, Dievs, Dieu, Déu, Diaus, Deus, Zeus, Theos, Teotl. No hace falta presumir de lenguaraz para aprender muchos idiomas; los difíciles son los primeros siete.
Muchos años después, cuando repasaba la morfología del volofo, un dialecto ancestral que hace apenas medio siglo carecía de gramática, descubrí que yo tampoco era dueño de un lenguaje propio. Los ciegos, gracias a un adolescente francés, Louis Braille, delegan en sus yemas la luz extinta en sus ojos. Los sordos leen en labios ajenos majaderías para luego imitarlas con ademanes soeces. Incluso quienes no oyen ni ven –excluyendo políticos- emplean el tamoda para discutir la belleza de los cacarizos.
Pero nadie se preocupó por nuestro silencio. Nos colgaron al cuello una libreta, como si las letras pudieran expresar algo más que simples ideas. Escribir es una actividad engorrosa, aburrida y casi siempre estéril. Un papel lleno de garabatos no quema la piel aunque el sol se repita en él diez mil veces. El mar no puede caber en una palabra tan corta. Y es imposible transcribir un chiflido.
Por eso he creado un lenguaje mudo como yo. Las sílabas de esta frase no deberían sonar. Usted está siendo víctima de un engaño, un ardid literario. Lo han estafado mis traductores. Fuese al mandarín, hindi o eslovaco, es imposible calcar el silencio. Le recomiendo quedarse callado. Cierre la boca y descubra en la ociosa voz de los demás por qué soy feliz. A palabras sordas, oídos necios.
Fui un niño precoz. Di mis primeros pasos antes de cumplir un año. Podía redactar un poema a los dos. Y resolví ecuaciones de física nuclear cuando aún no iba en la escuela. Mas nunca logré hablarle a las cosas. Llamarlas por su nombre: estuario, cigala, alhelí. Las vocales salían por la garganta libremente hasta ahogarse en el eco fugitivo de una pesada consonante, rehén de mis dientes. Mi abuela, quien sabía todo de enfermedades, dio el diagnóstico certero: padezco retraso vocal.
Papá y mamá, inocentes de mis tropiezos orales, contrataron fonólogos y logopedas con la esperanza de escucharme algún día contando chismes o una pequeña calumnia. Fracasaron. Mi mutismo venció a los expertos. Luego alguien aconsejó comprar un loro ecuatoriano: repiten lo que uno quiere oír, les de pereza volar y viven tanto como un hijo. Al poco tiempo el ave ocupó mi lugar.
Huí de mi casa y viajé por el mundo. Solo y callado. Pero como traía la oreja bien puesta, pronto me hice de un oficio. Domino treinta y tres lenguas, aunque no las hable. Soy un mudo políglota. Estudié etimología leyendo periódicos y dicción en las canciones de amor. No cabe duda que el encanto por las mentiras épicas es universal. Por ejemplo Dios, la excepción de Babel, prefiere que le rueguen con el mismo murmullo: Dor, Dio, Dai, Dievs, Dieu, Déu, Diaus, Deus, Zeus, Theos, Teotl. No hace falta presumir de lenguaraz para aprender muchos idiomas; los difíciles son los primeros siete.
Muchos años después, cuando repasaba la morfología del volofo, un dialecto ancestral que hace apenas medio siglo carecía de gramática, descubrí que yo tampoco era dueño de un lenguaje propio. Los ciegos, gracias a un adolescente francés, Louis Braille, delegan en sus yemas la luz extinta en sus ojos. Los sordos leen en labios ajenos majaderías para luego imitarlas con ademanes soeces. Incluso quienes no oyen ni ven –excluyendo políticos- emplean el tamoda para discutir la belleza de los cacarizos.
Pero nadie se preocupó por nuestro silencio. Nos colgaron al cuello una libreta, como si las letras pudieran expresar algo más que simples ideas. Escribir es una actividad engorrosa, aburrida y casi siempre estéril. Un papel lleno de garabatos no quema la piel aunque el sol se repita en él diez mil veces. El mar no puede caber en una palabra tan corta. Y es imposible transcribir un chiflido.
Por eso he creado un lenguaje mudo como yo. Las sílabas de esta frase no deberían sonar. Usted está siendo víctima de un engaño, un ardid literario. Lo han estafado mis traductores. Fuese al mandarín, hindi o eslovaco, es imposible calcar el silencio. Le recomiendo quedarse callado. Cierre la boca y descubra en la ociosa voz de los demás por qué soy feliz. A palabras sordas, oídos necios.
2 comments:
Hace ya bastante tiempo tuve la oportunidad de leer este texto, y fue precisamente por que en mi lugar no se encontraba la bolsa de vomito y necesitaba algo con lo que distraer el mareo.
Lamentablemente no me lleve la revista ya que estuve buscando este escrito durante mucho tiempo, hoy recorde por que lo queria volver a leer y le agradesco aquel favor indirecto en el avion, te da mucho en que pensar.
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