Cuando aún no cumplía la edad oficial y me estaba prohibido comprar cigarros,
tomar alcohol y entrar a los bares (tres prohibiciones que violé sistemáticamente), Carlos Olmos me recomendó un pequeño libro editado en Anagrama. Ya le había confesado mi torpe decisión de convertirme en escritor, como él, aunque no me interesaba tanto la dramaturgia como la narrativa. Lo mío era contar cuentos. Los contaba mal y los escribía peor, pero mi terca voluntad de ser narrador se mantenía firme. Aquel libro que hoy cumple veinte años de su publicación había aparecido poco tiempo atrás en las librerías de México. Era una novela saturada de drogas, bisexualidad y riqueza, un relato lleno de furia y humor que leí como un cuento de hadas, pues yo no tenía nada de todo aquello. Nunca supe si Carlos me prestó el libro para darme una guía, para persuadirme de abandonar mis aspiraciones literarias o simplemente para anunciarme el futuro que me deparaba la vida si no cedía en mi propósito. El título de aquella novela lo dice todo: Menos que cero.
Desde entonces, Bret Easton Ellis ha sido uno de mis autores imprescindibles. Primero pensé que era un placer culpable, un escritor menor (aunque muy divertido) que debía guardar para mí en las conversaciones. Mas luego vino American Psycho y, si bien no entró en el canon ni tuvo aprobación unánime, sino todo lo contrario, al menos en ese huracán de pasiones que despertó yo no era mal visto por expresar la franca admiración que le tenía.
Luego vinieron Los informantes, un libro de cuentos en el que parecía que sus detractores tenían razón, y Glamourama, un thriller brillante como bestseller pero opaco en cuanto a literatura. El primero tiene una gran excusa: fue su libro debut, antes de la publicación de Less than zero. No sé si eso pueda justificar el plagio insolente a un cuento de Carson McCullers. En cuanto a Glamourama, aunque sigue siendo una de las mejores críticas al mundo de la moda, emparentándola con el terrorismo (¿alguien recuerda el pret-a-porter de Altman en estos tiempos en que Meryl Streep viste Prada?), la novela no deja de ser un divertimento que hubiera funcionado mejor en un guión de cine.
Hoy la historia de Easton Ellis cambió por completo. De aquí en adelante no voy a sentir pena al decir que es uno de los mejores escritores estadounidenses vivos y sin duda el más grande de los de su generación (sorry, Eggers, Palahniuk & Company).
Estas contundentes afirmaciones vienen a cuento por Luna Park, su última novela y la primera que lo coloca donde en realidad debe estar: junto a los maestros. No es casualidad que algunas páginas parezcan escritas por Philip Roth, quizá el mejor prosista de las letras norteamericanas, eterno perdedor del Nobel.

Desde entonces, Bret Easton Ellis ha sido uno de mis autores imprescindibles. Primero pensé que era un placer culpable, un escritor menor (aunque muy divertido) que debía guardar para mí en las conversaciones. Mas luego vino American Psycho y, si bien no entró en el canon ni tuvo aprobación unánime, sino todo lo contrario, al menos en ese huracán de pasiones que despertó yo no era mal visto por expresar la franca admiración que le tenía.
Luego vinieron Los informantes, un libro de cuentos en el que parecía que sus detractores tenían razón, y Glamourama, un thriller brillante como bestseller pero opaco en cuanto a literatura. El primero tiene una gran excusa: fue su libro debut, antes de la publicación de Less than zero. No sé si eso pueda justificar el plagio insolente a un cuento de Carson McCullers. En cuanto a Glamourama, aunque sigue siendo una de las mejores críticas al mundo de la moda, emparentándola con el terrorismo (¿alguien recuerda el pret-a-porter de Altman en estos tiempos en que Meryl Streep viste Prada?), la novela no deja de ser un divertimento que hubiera funcionado mejor en un guión de cine.
Hoy la historia de Easton Ellis cambió por completo. De aquí en adelante no voy a sentir pena al decir que es uno de los mejores escritores estadounidenses vivos y sin duda el más grande de los de su generación (sorry, Eggers, Palahniuk & Company).
Estas contundentes afirmaciones vienen a cuento por Luna Park, su última novela y la primera que lo coloca donde en realidad debe estar: junto a los maestros. No es casualidad que algunas páginas parezcan escritas por Philip Roth, quizá el mejor prosista de las letras norteamericanas, eterno perdedor del Nobel.

Sin renunciar a su estilo, a su hilarante irreverencia, a su típica manera de autoparodiarse, Easton Ellis toma ahora una drástica decisión: convertirse en el protagonista de la historia, tal como Roth lo ha hecho en otras ocasiones, la última vez hace dos años en The plot against America, una fantasía sobre la vida del niño que fue en un país que nunca existió (Voila!, otra coincidencia).
El arranque de Luna Park es, sorpresivamente, el arranque de todas sus otras novelas. Párrafo por párrafo. Después conocemos a Breat Easton Ellis, el personaje principal del libro que no es otro que él mismo, una suerte de autobiografía donde incluye algunas revelaciones. Menciono la más famosa de todas, estandarte de sus editores: Patrick Bateman, el famoso asesino que rebanaba con una sierra eléctrica a sus víctimas y le disparaba a los pordioseros en American Psycho, estuvo inspirado en Robert Ellis, el papá disfuncional del narrador.
Cuando leí esto, curiosamente, descubrí que no le envidiaba los millones ni la fama que tuvo a los veinte años, tampoco sus reuniones al lado de Michael Stipe y Bono; lo que en realidad no puedo soportar es que de su padre proviniera la base de un arquetipo de esa naturaleza. Si yo parodiara al mío, (una recomendación de Olmos que aún no he seguido) en vez de un asesino serial millonario y fanfarrón me saldría un psicópata mexicano al estilo de Goyo Cárdenas.
Si algo puede criticarse a esta novela es el cambio tan abrupto que hay entre la historia “realista” de la primera parte y la “fantasía” autobiográfica de la segunda. Lo que al principio es un relato ágil que asombra por su sinceridad, después se transforma en una truculenta trama que oscila entre el thriller al estilo Hollywood y el tono fársico de sus anteriores trabajos. Por un lado está la desaparición de unos niños que habitan los suburbios; por otro los crímenes de un copycat de Patrick Bateman, a quien Bret cree mirar en todos los rincones, acechándolo física y emocionalmente, como un espejo de su yo, de su padre y de su hijo ficticio, ya convertido en hombre mayor.
En este punto es donde el lector entra en la dinámica que Easton Ellis compone; una historia de suspenso que raya en lo común y se mantiene de un delgado hilo dramático: la posibilidad de que todas las peripecias del protagonista sean parte de un “viaje” de drogas, una ilusión fomentada por el recuerdo de su padre y la discapacidad (cínica, en ocasiones) para educar a su hijo adolescente.
La paternidad errática, esa filiación afectiva en los seres disfuncionales, es el verdadero tema de la novela. Es también la historia de una venganza literaria: los monstruos que nacen en la imaginación de un escritor pueden volverse contra éste al menor suspiro etílico. Recuerdo que Carlos, embebido en tequila, como siempre, juraba haber visto una noche a Catalina Creel sentada en la cabecera de su cama. La famosísima villana del parche en el ojo no intentó hacerle nada, pero una aparición de ese tipo podría aterrorizar a cualquiera, incluso a su creador. La misma suerte corre Easton Ellis con su criatura. La Creel y Bateman guardan ciertas semejanzas: ambos millonarios, asesinos seriales, iconos de la cultura de su tiempo y, aunque repletos de humor, intimidantes. Cuando se inventan esa clase de personajes hay que cerrar la conciencia con doble chapa.

La novela se sostiene por la capacidad de Easton Ellis de ridiculizarse a sí mismo. Pero esto no hubiera sido suficiente para ir un paso más allá y dar cuerpo literario a la narración. Hace falta mucho talento para jugar con el lector y entretener durante 400 páginas, pero se requiere de algo más para conmoverlo. Es en este punto donde Lunar Park da el salto y consigue rebasar la línea que separa, por ejemplo, a Stephen King de Edgar Allan Poe.
Al avanzar en la lectura se tiene la sensación de que los lineamentos del género acabarán por convertir el argumento en una refocilación autobiográfica dentro de una típica novela de misterio; sin embargo, los capítulos finales, especialmente el último, un prodigio de evocación literaria, confirman lo que seguro es una decepción para los fanáticos de los bestsellers: el giro de suspense aquí no es el descubrimiento del asesino, sino deducir que no hay tal, sólo los demonios de un ser perturbado, el pobre Bret, quien a pesar de su muy cuestionable manera de ser logra ponernos de su lado, ver la vida a través de su desfachatada perspectiva, sin cautelas morales.

Qué bueno que es así.
3 comments:
yuhuruhuuuu no leí aún el larguísimo post porque ando tuerta (operación de oclayos hace un par de días) y porque ya se sabe que la lectura no es lo mío.
PERO fue emocionante ver que
1) abriste un blog
2) una trae el mismo parche que yo
3) sigues cambiando músculos por letras (oh el fin de toda sabiduría, jau veri new age)
bienvenido, roblex, ahora podemos pelear virtualmenteeee!!
bsos de pirata
hola un abrazo calido aunque ahora mismo las calles de milwaukee estan a 40 grados farenghit creo que este blog fue buena idea despues de todo no haces malas desiciones.
Saludos y bienvenido estimado Julián Robles, a la blogósfera. Bienvenido a este nuevo vicio de escribir.
¡Saludos cordiales!
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