Thursday, June 19, 2008

La muerte de CX-33

Este cuento fue publicado hace pocos años en el primer número de la revista Pliego 16, pero la vergüenza, más que la autocrítica, me hizo corregirlo de manera radical. Como es imposible desaparecer los ejemplares que entonces se distribuyeron, al menos pido una disculpa y enmiendo el error.


No se rían. Detrás de todo absurdo yace una tragedia. Ya sé que si no fuera yo el involucrado, quizá me hubiera caído de la silla a carcajadas. Pero no tengo humor. Soy un hombre ritual: me levanto a las siete en punto, corro media hora en el sótano de mi casa y antes de bañarme suelo tomar un café negro mientras hojeo el periódico, el maldito periódico… A pesar del ejercicio y la caminadora, apenas logré despertar. En las mañanas veo mal, la vista se me nubla y tengo lagañas de cemento. Tuve que dar otro sorbo a la taza y ajustarme los lentes para descifrar la tinta en el papel. Y ahí estaba, junto a las ofertas de temporada, la preciosa fotografía de la explosión y muerte de CX-33, la estrella de mi amor. (Científicos de todo el mundo se asombran ante el primer retrato de la muerte de una gigante roja. Se lleva el crédito el Telescopio Espacial Hubble.) ¿Por qué los astrónomos nunca calculan el efecto de sus hallazgos en la gente que confía su alma a los horóscopos? ¿Nadie consideró la posibilidad de publicar junto a la imagen el obituario de mi corazón? Me hubieran evitado un doble duelo: murió la vaga esperanza cósmica que aún tenía y la nebulosa relación que escondida en el vacío orbita alrededor de mi vida. El sol me cegó y nunca descubrí a Némesis, la enana marrón que agazapada en las sombras lanzaba sobre mí su puntual lluvia de rencor. (Romance: la fuerza de la estrella equidistante entre los polos de la constelación es pieza fundamental en las parejas del Escorpión regido por la cuarta luna de Saturno.) Escéptico, aún hesito. Las computadoras también se equivocan. Tal vez la carta astral desatinó, tal vez todavía encuentre algún día a esa persona que supongo está destinada a toda otra persona, tal vez sean casualidad mis repetidos desastres románticos, tal vez soy inmune a los malos sortilegios, o tal vez yo sea un estúpido que vive en el quizá y se alimenta de tal-veces insubsistentes, vacuos, como el espacio donde brillaba. Me ha timado una sibila. El oráculo de aquella pitonisa de algoritmos (Saque su Carta Astral por computadora, olvídese de los chamanes) resultó tan falso como las profecías de mis indulgentes sinodales. Que vengan ahora la caterva de astrólogos a desmentir la fotografía. Que venga ella a engañarme de nuevo, a fingir amor otras mil veces. ¿Qué son mil más una? Traición al cubo, la fórmula de la soledad: estar siempre fuera de lugar y desaparecer antes de tiempo. (xy + xx = 0-0) Debí sospechar la conexión que había entre el universo y esa desgraciada: a ambos los espiaba con el mismo artefacto. Pero un buen telescopio es un mal consejero. Tarde entendí que debía primero peinar los confines de la bóveda celeste antes que asomarme al edificio de enfrente; o colocar el objetivo al revés, enfocar el mundo como enfoco los momentos de dolor: al fondo de un túnel, remotos e inasibles. Los presagios del porvenir son un catalejos invertido, las inminencias parecen lejanas, lo próximo en lontananza. (Relatividad.- 2. f. Fís. Teoría que se propone averiguar cómo se transforman las leyes físicas cuando se cambia de sistema de referencia.) Ahora sé que esa tenue titilación a la orilla del horizonte, la luz que retuvo el lente e imprimió el diario, salió del rincón de una galaxia hace ya millones de años. La única oportunidad sentimental que tuve fue hace quinientos sesenta mil pársecs, cuando la tierra era apenas una bola de gas. Y hoy empiezo a creer que mi futuro lo rigen estrellas muertas, apagadas, extintas. Quizá, como reveló la revista dominical, la felicidad que me corresponde se halla en otra dimensión. Acá en la Tierra una nueva teoría propone la existencia de universos múltiples, paralelos al cosmos, debajo de las cuerdas cuánticas que estrangulan el tiempo en vectores euclidianos. Yo no entiendo mucho de eso, pero quiero saber si en otras realidades también me traicionaron... Mañana mismo presento mi renuncia al Comité y abandonaré las mañanas de ejercicio y café para formar un movimiento de Escorpianos regidos por Saturno, nacidos el último día de noviembre a las tres y media de la madrugada. Demandaremos a la NASA (40 lunáticos arman alboroto en las afueras de Cabo Cañaveral. Uno de ellos arrestado por quemar la fotografía de Neil Armstrong) y exigiremos una orgía con las porristas de todo Florida para resarcir el daño psicológico que nos han generado. También demandaré a los tarots de la ciudad por hacer cualquier cosa, menos servir café. Mientras tanto buscaré a una gitana bielorrusa que en vez de leer el corazón lea el humo en mi cabeza y dé fin a esta tragedia en pugna con la comedia que dejó la mala sátira de mi absurdo pasado. Si alguien más intenta estafarme con un mapa astral, le diré que me parieron en un día nublado, cuando la Osa Mayor, la Osa Menor y el resto de la fauna sideral hibernaban en la atmósfera. (Venus está fuera de órbita y salió de la casa de Saturno para meterse en la de Neptuno; si los cuernos de Tauro despuntan al Virgo, hay que poner dos Libras en una balanza.) A esa mujer algún día le demostraré el hoyo negro que rige su signo y la radiación de odio que no logra escapar de mi horizonte de sucesos. En cambio yo seguiré aquí, en este agujero de gusano, aguardando su espectacular aparición. En cuanto posen la nodriza en el conejo de la Luna y hagan flotar platillos voladores encima de las catedrales, no habrá ya adivinos que prometan la felicidad. Nadie sugerirá después de ver a los marcianos que el amor es universal. El mío murió con una estrella. Pero los que estamos solos en la Tierra aprendimos a ver la luz negra del vacío, esa energía oscura que los hombres llamamos futuro y que ustedes vienen a iluminar. Sólo les pido que al bajar recuerden su ascendente. Las terrícolas son mañosas y aquí los astros juegan malas pasadas. No se dejen engañar. Si algún charlatán les habla del destino, nunca olviden que sólo los imbéciles tienen la certeza del mañana. Vivir es no saberlo.

Saturday, March 01, 2008

El teatro literario de Carlos Olmos.

Hace algunos años, durante una temporada que pasé fuera de México, Carlos Olmos me hizo venir ex profeso para enseñarme su última obra, “Después del Terremoto”. Fue inútil pedirle que enviara una copia por correo: yo no debía leer el texto sino escucharlo, aplaudir después de la función… aunque él fuera el único actor.

Olmos creía que su trabajo no estaba en lo que escribía sino en el escenario. Había publicado todas sus obras anteriores y aunque sabía que algunas de esas ediciones estaban apolillándose en bodegas, la falta de lectores no le quitaba el sueño. Como todo autor dramático, sus libros concluyen con un ‘Telón’. A diferencia de Usigli, él no pensaba en la posteridad; quería ver las puestas en escena. Rara vez mencionaba “Las ruinas de Babilonia”, la única obra que jamás logró estrenar, aunque sí consiguió publicarla. La explicación está en uno de los introitos que mandaba incluir en los programas de mano: “El teatro –-apuntó-- no se cumple si no existe ese público para el cual uno escribe”.

El drama tardó mucho tiempo en ser adoptado por la literatura. Para entender la disociación, hay que tomar en cuenta que parten de distintos orígenes. La primera, hija de la liturgia, era en un principio lectura exclusiva de eruditos o personas relacionadas con el género; la lírica, por el contrario, fue ampliamente difundida desde Homero hasta nuestros días. Los helenos memorizaron “La Iliada” durante siglos hasta que los versos que hoy conocemos fueron transcritos definitivamente; en cambio, de Sófocles sobreviven apenas siete de sus noventa y un tragedias y más de setenta obras de Eurípides se perdieron. Cuando la tragedia griega decayó, a nadie le importó conservar los textos. Sin representación, los manuscritos carecían de valor.

Tuvieron que pasar dos milenios para que las obras de un autor dramático circularan públicamente. El primer bestseller del teatro fue Lope de Vega, quien recopiló su teatro en 25 tomos que se vendían en España como pan caliente. Casi al mismo tiempo, Corneille adquiría en el país vecino el rango de poeta, al ser admitido en la recién creada Academia Francesa. El prestigio de aquellos dramaturgos facilitó el reconocimiento literario que gozaron sus sucesores: Racine, Goethe, Schiller e incluso Shakespeare, quien era prácticamente desconocido hasta mediados del siglo XVIII. Aunque ciertos intelectuales parecen olvidar que quizá el más grande de los escritores nunca escribió una novela ni se le recuerda por sus poemas, hoy nadie duda que el teatro escrito también sea parte de la literatura.

La publicación del ‘Teatro Completo de Carlos Olmos’ es una forma de reconocer la dramaturgia como un elemento esencial de nuestras letras. En un país donde rara vez se reponen los clásicos nacionales, la edición de un tomo como éste es digna de celebración. Agradezco a Angelina Cué, Consuelo Sáizar, Joaquín Díez-Canedo y Geney Beltrán, el esfuerzo que hicieron por devolverle al teatro mexicano lo que los productores privados y oficiales se empeñan en negarle: vigencia. Mientras en México no exista la voluntad de montar con frecuencia el repertorio de los dramaturgos más representativos del país, desde Sor Juana hasta Carlos Olmos, será necesario difundir la literatura dramática de manera impresa. Si al nuevo público le niegan la oportunidad de ver en escena las obras más importantes del teatro mexicano, al menos podrán disfrutar leyéndolas.

Por esta razón, Enrique Serna y yo creímos conveniente que el prólogo de este volumen no fuera un ensayo que analizara el legado de Carlos Olmos desde una perspectiva estrictamente literaria, e intentamos introducir de algún modo el proceso del montaje. El libro cumplía como literatura, pero le hacía falta una visión de escena. Cuando el Fondo de Cultura Económica nos encomendó la edición, decidimos entrevistar a los directores que llevaron a la práctica lo que cada lector irá imaginando al dar la vuelta a las páginas que conforman este volumen. Quien lee teatro se convierte en un virtual director de escena: pone rostro a los personajes, construye la escenografía en su cabeza y da voz a esos seres mágicos que habitan dentro de las obras. En este sentido, la lectura puede ser tan gratificante como la de una novela. Algo es seguro: no se aburrirán. Olmos siempre supo entretener a su público, tanto en el drama como en el melodrama, pues como muchos están enterados, también de su pluma nació “Cuna de lobos”, la telenovela más exitosa de la historia, y “Aventurera”, el espectáculo que más boletos ha vendido en este país.

Carlos Olmos le cumple a la literatura con este libro; ahora esperemos que a partir de esta edición surjan nuevos creadores escénicos que ayuden a este gran escritor chiapaneco a cumplirle al teatro.

Texto leído en la presentación del tomo "Teatro Completo de Carlos Olmos", en el Palacio de Minería.

Friday, February 08, 2008

Post scríptum

Debido a mi proclividad a la verborrea literaria, no pude ajustarme al espacio de la revista Escala, que publica Aeroméxico. He aquí el texto original, antes de que lo editara. Para aquellos que prefieren Mexicana o quienes no viajaron durante el mes que este cuento convivió junto a miles de bolsas de vómito, ahora pueden leerlo, imaginando que vuelan.


Palabras Sordas

Soy mudo. Por eso escribo. Porque no puedo oír lo que leo. A usted, querido lector, tal vez le parezca sencillo ponerse a declamar este texto; yo, en cambio, tuve que inventar un lenguaje inmune a mis dislalias y tartamudeos.

Fui un niño precoz. Di mis primeros pasos antes de cumplir un año. Podía redactar un poema a los dos. Y resolví ecuaciones de física nuclear cuando aún no iba en la escuela. Mas nunca logré hablarle a las cosas. Llamarlas por su nombre: estuario, cigala, alhelí. Las vocales salían por la garganta libremente hasta ahogarse en el eco fugitivo de una pesada consonante, rehén de mis dientes. Mi abuela, quien sabía todo de enfermedades, dio el diagnóstico certero: padezco retraso vocal.

Papá y mamá, inocentes de mis tropiezos orales, contrataron fonólogos y logopedas con la esperanza de escucharme algún día contando chismes o una pequeña calumnia. Fracasaron. Mi mutismo venció a los expertos. Luego alguien aconsejó comprar un loro ecuatoriano: repiten lo que uno quiere oír, les de pereza volar y viven tanto como un hijo. Al poco tiempo el ave ocupó mi lugar.

Huí de mi casa y viajé por el mundo. Solo y callado. Pero como traía la oreja bien puesta, pronto me hice de un oficio. Domino treinta y tres lenguas, aunque no las hable. Soy un mudo políglota. Estudié etimología leyendo periódicos y dicción en las canciones de amor. No cabe duda que el encanto por las mentiras épicas es universal. Por ejemplo Dios, la excepción de Babel, prefiere que le rueguen con el mismo murmullo: Dor, Dio, Dai, Dievs, Dieu, Déu, Diaus, Deus, Zeus, Theos, Teotl. No hace falta presumir de lenguaraz para aprender muchos idiomas; los difíciles son los primeros siete.

Muchos años después, cuando repasaba la morfología del volofo, un dialecto ancestral que hace apenas medio siglo carecía de gramática, descubrí que yo tampoco era dueño de un lenguaje propio. Los ciegos, gracias a un adolescente francés, Louis Braille, delegan en sus yemas la luz extinta en sus ojos. Los sordos leen en labios ajenos majaderías para luego imitarlas con ademanes soeces. Incluso quienes no oyen ni ven –excluyendo políticos- emplean el tamoda para discutir la belleza de los cacarizos.

Pero nadie se preocupó por nuestro silencio. Nos colgaron al cuello una libreta, como si las letras pudieran expresar algo más que simples ideas. Escribir es una actividad engorrosa, aburrida y casi siempre estéril. Un papel lleno de garabatos no quema la piel aunque el sol se repita en él diez mil veces. El mar no puede caber en una palabra tan corta. Y es imposible transcribir un chiflido.

Por eso he creado un lenguaje mudo como yo. Las sílabas de esta frase no deberían sonar. Usted está siendo víctima de un engaño, un ardid literario. Lo han estafado mis traductores. Fuese al mandarín, hindi o eslovaco, es imposible calcar el silencio. Le recomiendo quedarse callado. Cierre la boca y descubra en la ociosa voz de los demás por qué soy feliz. A palabras sordas, oídos necios.