
Thursday, June 19, 2008
La muerte de CX-33

Saturday, March 01, 2008
El teatro literario de Carlos Olmos.
Hace algunos años, durante una temporada que pasé fuera de México, Carlos Olmos me hizo venir ex profeso para enseñarme su última obra, “Después del Terremoto”. Fue inútil pedirle que enviara una copia por correo: yo no debía leer el texto sino escucharlo, aplaudir después de la función… aunque él fuera el único actor.

Olmos creía que su trabajo no estaba en lo que escribía sino en el escenario. Había publicado todas sus obras anteriores y aunque sabía que algunas de esas ediciones estaban apolillándose en bodegas, la falta de lectores no le quitaba el sueño. Como todo autor dramático, sus libros concluyen con un ‘Telón’. A diferencia de Usigli, él no pensaba en la posteridad; quería ver las puestas en escena. Rara vez mencionaba “Las ruinas de Babilonia”, la única obra que jamás logró estrenar, aunque sí consiguió publicarla. La explicación está en uno de los introitos que mandaba incluir en los programas de mano: “El teatro –-apuntó-- no se cumple si no existe ese público para el cual uno escribe”.
El drama tardó mucho tiempo en ser adoptado por la literatura. Para entender la disociación, hay que tomar en cuenta que parten de distintos orígenes. La primera, hija de la liturgia, era en un principio lectura exclusiva de eruditos o personas relacionadas con el género; la lírica, por el contrario, fue ampliamente difundida desde Homero hasta nuestros días. Los helenos memorizaron “La Iliada” durante siglos hasta que los versos que hoy conocemos fueron transcritos definitivamente; en cambio, de Sófocles sobreviven apenas siete de sus noventa y un tragedias y más de setenta obras de Eurípides se perdieron. Cuando la tragedia griega decayó, a nadie le importó conservar los textos. Sin representación, los manuscritos carecían de valor.

La publicación del ‘Teatro Completo de Carlos Olmos’ es una forma de reconocer la dramaturgia como un elemento esencial de nuestras letras. En un país donde rara vez se reponen los clásicos nacionales, la edición de un tomo como éste es digna de celebración. Agradezco a Angelina Cué, Consuelo Sáizar, Joaquín Díez-Canedo y Geney Beltrán, el esfuerzo que hicieron por devolverle al teatro mexicano lo que los productores privados y oficiales se empeñan en negarle: vigencia. Mientras en México no exista la voluntad de montar con frecuencia el repertorio de los dramaturgos más representativos del país, desde Sor Juana hasta Carlos Olmos, será necesario difundir la literatura dramática de manera impresa. Si al nuevo público le niegan la oportunidad de ver en escena las obras más importantes del teatro mexicano, al menos podrán disfrutar leyéndolas.
Por esta razón, Enrique Serna y yo creímos conveniente que el prólogo de este volumen no fuera un ensayo que analizara el legado de Carlos Olmos desde una perspectiva estrictamente literaria, e intentamos introducir de algún modo el proceso del montaje. El libro cumplía como literatura, pero le hacía falta una visión de escena. Cuando el Fondo de Cultura Económica nos encomendó la edición, decidimos entrevistar a los directores que llevaron a la práctica lo que cada lector irá imaginando al dar la vuelta a las páginas que conforman este volumen. Quien lee teatro se convierte en un virtual director de escena: pone rostro a los personajes, construye la escenografía en su cabeza y da voz a esos seres mágicos que habitan dentro de las obras. En este sentido, la lectura puede ser tan gratificante como la de una novela. Algo es seguro: no se aburrirán. Olmos siempre supo entretener a su público, tanto en el drama como en el melodrama, pues como muchos están enterados, también de su pluma nació “Cuna de lobos”, la telenovela más exitosa de la historia, y “Aventurera”, el espectáculo que más boletos ha vendido en este país.
Carlos Olmos le cumple a la literatura con este libro; ahora esperemos que a partir de esta edición surjan nuevos creadores escénicos que ayuden a este gran escritor chiapaneco a cumplirle al teatro.
Texto leído en la presentación del tomo "Teatro Completo de Carlos Olmos", en el Palacio de Minería.
Friday, February 08, 2008
Post scríptum
Palabras Sordas
Fui un niño precoz. Di mis primeros pasos antes de cumplir un año. Podía redactar un poema a los dos. Y resolví ecuaciones de física nuclear cuando aún no iba en la escuela. Mas nunca logré hablarle a las cosas. Llamarlas por su nombre: estuario, cigala, alhelí. Las vocales salían por la garganta libremente hasta ahogarse en el eco fugitivo de una pesada consonante, rehén de mis dientes. Mi abuela, quien sabía todo de enfermedades, dio el diagnóstico certero: padezco retraso vocal.
Papá y mamá, inocentes de mis tropiezos orales, contrataron fonólogos y logopedas con la esperanza de escucharme algún día contando chismes o una pequeña calumnia. Fracasaron. Mi mutismo venció a los expertos. Luego alguien aconsejó comprar un loro ecuatoriano: repiten lo que uno quiere oír, les de pereza volar y viven tanto como un hijo. Al poco tiempo el ave ocupó mi lugar.
Huí de mi casa y viajé por el mundo. Solo y callado. Pero como traía la oreja bien puesta, pronto me hice de un oficio. Domino treinta y tres lenguas, aunque no las hable. Soy un mudo políglota. Estudié etimología leyendo periódicos y dicción en las canciones de amor. No cabe duda que el encanto por las mentiras épicas es universal. Por ejemplo Dios, la excepción de Babel, prefiere que le rueguen con el mismo murmullo: Dor, Dio, Dai, Dievs, Dieu, Déu, Diaus, Deus, Zeus, Theos, Teotl. No hace falta presumir de lenguaraz para aprender muchos idiomas; los difíciles son los primeros siete.
Muchos años después, cuando repasaba la morfología del volofo, un dialecto ancestral que hace apenas medio siglo carecía de gramática, descubrí que yo tampoco era dueño de un lenguaje propio. Los ciegos, gracias a un adolescente francés, Louis Braille, delegan en sus yemas la luz extinta en sus ojos. Los sordos leen en labios ajenos majaderías para luego imitarlas con ademanes soeces. Incluso quienes no oyen ni ven –excluyendo políticos- emplean el tamoda para discutir la belleza de los cacarizos.
Pero nadie se preocupó por nuestro silencio. Nos colgaron al cuello una libreta, como si las letras pudieran expresar algo más que simples ideas. Escribir es una actividad engorrosa, aburrida y casi siempre estéril. Un papel lleno de garabatos no quema la piel aunque el sol se repita en él diez mil veces. El mar no puede caber en una palabra tan corta. Y es imposible transcribir un chiflido.
Por eso he creado un lenguaje mudo como yo. Las sílabas de esta frase no deberían sonar. Usted está siendo víctima de un engaño, un ardid literario. Lo han estafado mis traductores. Fuese al mandarín, hindi o eslovaco, es imposible calcar el silencio. Le recomiendo quedarse callado. Cierre la boca y descubra en la ociosa voz de los demás por qué soy feliz. A palabras sordas, oídos necios.